La Belleza del Silencio

 

Photo by Milan Popovic on Unsplash

Voy a serles sincera, yo hablo... Y mucho.
Si me conocen personalmente, saben que puedo hablar por horas sin parar. Amo las palabras, conversar, dialogar, la expresión verbal, la música, la comedia, las series de televisión, los podcasts - en resumen, todo lo que emita sonido. En gran parte ha sido esto, junto a mi necesidad incesante de aprender, que me ha llevado a rodearme constantemente de sonidos, palabras, voces e ideas. Pero estar constantemente recibiendo input, frecuentemente me deja sintiéndome saturada, confundida y abrumada.
Como todo lo demás en nuestra vida, el ruido se magnificó con la pandemia. Quedarse en casa significó más reuniones en zoom, música de fondo para trabajar, conversaciones en el almuerzo con mi roommate, videollamadas con familia y amigos, series sin parar, más publicaciones en redes, más análisis, lectura, escritura, y por supuesto, TikTok. Todo menos parar.
Publicación tras publicación leía como la gente decía que este tiempo sería bueno para aprender a relajarnos, para recalibrar y reinvertarnos. La gente comenzó a crear gráficos, escribir captions, agendar lives para Instagram y participar en seminarios virtuales para discutir cómo podríamos desconectarnos (¿ven la ironía acá?) Nos dimos cuenta de las vidas tan apuradas y ocupadas que estábamos viviendo. Fue alentador ver que por fin parecía que todos estábamos de acuerdo con algo: la necesidad que teníamos todos de bajarle un poco a nuestro ritmo, pausar, reflexionar.
Sin embargo, a penas seis meses después (y no estoy segura si es algo de lo que deberíamos estar orgullosos o decepcionados), parece que lo que logramos fue acelerar todo aún más. Producimos más videos de ejercicios, cursos en línea, y lives en Instagram de lo que sería posible consumir en una vida entera.

Yo hasta me inscribí a una aplicación de ejercicios que se jacta de tener una biblioteca de más de 4,000 video para probar. Digamos que cada video dura media hora, esos serían 120,000 minutos de ejercicios sin parar. 2,000 horas. 83 días completos (creo que hice bien la matemática). Y ¿saben que es lo peor? Que me engancharon como si llegaría siquiera cerca de completar 4,000+ rutinas.
En medio de todo esto, encontré una serie increíble de mensajes de una iglesia local de Vancouver acerca de las disciplinas espirituales. Vi que tenían un mensaje sobre el ayuno, la oración, la adoración, el servicio… ya saben, las "obvias."

Si has asistido a la iglesia por unos años, es posible que ya hayas escuchado mensajes sobre estas disciplinas. Quiero recalcar que eso no las hace menos importantes, al contrario, nuestra salud espiritual depende de que seamos disciplinados en estas áreas. Cuando lo hacemos, no es por obligación ni buscando ganar algo con nuestras propias obras, sino porque nos acercan a Dios y Él es la única fuente de vida abundante.
Pero de esta serie, una de ellas me llamó mucho la atención: el silencio. Nunca antes había escuchado que tener tiempo dedicado de silencio podría ser una disciplina espiritual. Por supuesto que conozco personas que se han ido en retiros de silencio, o han viajado al Tíbet a "encontrarse a si mismos." Pero nunca se me había ocurrido que el silencio fuera Bíblico, y mucho menos que era algo que debía incorporar habitualmente en mi vida.

Una vez escuché este mensaje, no podía dejar de ver instancias en la Biblia cuando las personas activamente tomaron pasos para retraerse un poco, para estar a solas con Dios. Jesús mismo lo hizo en múltiples ocasiones. Él se alejaba de las masas, incluso de sus discípulos más cercanos, para estar en comunión con el Padre.
Hace unos años leí un libro que se llama "One Big Thing: Discovering What You Were Born to Do" (Una Gran Cosa: Descubriendo Para Qué Naciste). No voy a entrar en mucho detalle acerca del libro, pero en resumen se trata acerca de encontrar esa UNA cosa que naciste para hacer, cómo encontrarla y qué hacer una vez la encuentras. Aunque no estoy de acuerdo con el libro en su mayoría, una de sus ideas si se ha quedado conmigo. El autor argumenta que hoy en día, en el mundo, hay demasiado ruido, y esto hace difícil comunicar lo que necesitamos. Quisiera proponer que es incluso más difícil escuchar lo que necesitamos.
Tenemos todas las respuestas que podemos creer necesitar a nuestro alcance. Con la creciente influencia de las redes sociales, ni siquiera tenemos que emitir sonidos para decir mucho. Compartimos, comentamos, reaccionamos. Una cosa que ya raramente hacemos es simplemente parar.
¿Cuándo fue la última vez que solo te detuviste y lo absorbiste todo? ¿Solo escuchaste, leíste, observaste, te sentaste en silencio, respiraste? Sin reacciones inmediatas, sin formular respuestas en tu cabeza, sin interrumpir a los demás. ¿Sabes qué? Yo no lo había hecho en mucho, mucho tiempo.
La verdad es que cuando lo hago, experimento mucho más gozo, más paz. Me vuelvo más agradecida, doy mejores consejos, aprendo más y principalmente, conozco mejor a Dios, a mi misma y a los demás.
En un mundo que gira en torno a la información, pareciera que el detenerse y tomarse un tiempo para apreciar las cosas en silencio y quietud, es algo contracultura. Hemos creado una sociedad que celebra el estar siempre ocupado, el ajetreo, la astucia, la conectividad. Todas estas cosas son increíbles, pero creo que aún hay algo que no hemos aprendido a apreciar: la belleza del silencio.
La belleza que hay en escuchar una canción, digerirla, apreciar los sonidos. Hay algo indudablemente bello acerca de estar completamente presente en una conversación… de escuchar de verdad, en vez de estar esperando que nos vibre el celular con una notificación más; sin estar haciendo una lista mental de lo que tenemos que hacer después; incluso sin tener una respuesta lista antes de que la persona siquiera termine de hablar. Es refrescante como nada sentarse en un espacio abierto un día y solo escuchar la orquesta que es la naturaleza.
Sin embargo, para muchos de nosotros el silencio muchas veces es lo opuesto a relajante. De hecho, para muchos puede ser hasta inquietante. La mayoría del tiempo, cuando estoy sola en casa, enciendo la tele o pongo música para llenar el (incómodo) silencio al cual ya no estoy acostumbrada.

Pero el silencio va más allá de sonidos externos, también tiene que ver con nuestro "ruido interno," con lo que hay en nuestras mentes. Tiene que ver con lo que leemos en línea y en libros, con las voces (audibles o no) que llenan nuestra mente. Tenemos una necesidad inherente de detenernos, tomar descansos, disfrutar un poco de la soledad y el silencio. Estamos sedientos de comunión con Dios, de escuchar lo que Él tiene que decirnos, en vez de tan solo presentarle una letanía de peticiones, un "gracias Jesús, Amén" antes de correr a la siguiente cosa en nuestra agenda.
En la vida, como en la música, los silencios a veces son más importantes que el sonido.
Si como yo, te encuentras constantemente cansada, abrumada, o ansiosa, intenta tomarte un poco de tiempo esta semana. Háblalo con Dios; Él nos invito a ir a Él si estábamos cargados o cansados (Mat. 11:28). Luchemos por agendar momentos de silencio en nuestra semana, más de lo que luchamos por agendar (otro) live en YouTube de como hacer muffins gluten-free. Nuestras mentes lo necesitan. Nuestra alma lo necesita. Nuestro espíritu lo necesita.
¿te atreves a intentarlo?


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